Afuera garua, las gotas cayendo casi a cuentagotas. Esa lluvizna que es tan fina que es casi imperceptible, pero si te quedas demasiado tiempo debajo terminas por empaparte.
Yo tan ida, enmismada en mis pensamientos. Sin embargo siendo consciente de todo el contexto. Pensando que lo que estoy viviendo y las sensaciones que estoy percibiendo podrían encajar perfectamente con la escena de alguna película tonta de amor, de esas con un final súper predecible.
Suena la puerta, por el sonido y forma de golpear ya podés imaginarte de quién se trata. Y los sentimientos empiezan a revolotear, tan contradictorios que empiezan a chocar entre si, peleando el puesto para ver cuál va a ganar esta vez.
Y por más de tener la certeza de que está vez no te vas a dejar flaquear, no sabes cómo frenar eso que te pasa, porque las fibras de tu cuerpo reaccionan por si solas y no hay cabeza o razón que lo pare.
Vuelven a golpear, volves a vos, y al reaccionar te das cuenta que no era a tu puerta a la que golpeaban. Escuchas como abren la puerta y voces a lo lejos, que se apagan tras volver a cerrar la puerta.
Me quedo inmóvil por un segundo más. Me despabilo, y me doy cuenta que el café ya se entibió, afuera ya oscureció, y lo que antes era llovizna ahora se volvió tormenta.
Me apuro a tomar los últimos sorbos de café, dejo la taza en la pileta y me voy a acostar para taparme hasta la cabeza (quizás mañana *pensas*)
Quizás mañana sea tu puerta a la que toquen.
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